La iniciativa del Mineduc ejecutada por la Universidad de Magallanes, cerró su etapa regional en Cabo de Hornos y Porvenir con todos sus objetivos cumplidos. El balance deja aprendizajes concretos sobre bienestar, reconocimiento y presencia universitaria en contextos educativos extremos.

El cierre regional del programa A convivir se aprende en las comunas de Porvenir y Cabo de Hornos marcó el fin de un proceso que, más que intervenir escuelas, buscó escuchar a las comunidades educativas desde dentro. Así lo explicó el encargado regional del programa y académico de la Universidad de Magallanes (UMAG), Dr. Sergio Saldivia Córdoba, al realizar un balance de fin de año centrado en los aprendizajes colectivos, el cumplimiento de metas y los desafíos que se proyectan para 2026.
“El proyecto A convivir se aprende, que ya está en su etapa final, o sea, estamos cerrando el proceso que se hizo acá en la región. Y las comunas con las que estuvimos trabajando este año fueron Cabo de Hornos y Porvenir”, señaló, precisando que en el caso de Porvenir el trabajo concluyó “con todos los objetivos cumplidos”. En total, se realizaron ocho reuniones de red con encargados y encargadas de convivencia escolar, además de acompañamientos directos que permitieron ajustar el programa a las realidades locales.
Al cierre, Saldivia cree que el balance trasciende los indicadores, al instalar la escucha como metodología, el reconocimiento como condición de bienestar y el diálogo territorial como puente entre la academia y la vida cotidiana de las escuelas.
La voz del estudiantado y el impacto emocional
El momento de mayor carga emocional del proceso se produjo al poner en diálogo directo —aunque no presencial— las voces de estudiantes y profesores. A través de una metodología de “diálogo escrito”, ambos grupos respondieron por separado a las mismas preguntas sobre qué les hacía sentir bien en la escuela y qué aspectos necesitaban mejorar.
“Fue interesante leer lo que habían escrito los estudiantes”, relató Saldivia. Entre esos testimonios, uno marcó profundamente a los equipos docentes: “Leer a un chiquito de tercero básico decir: ‘no me gusta cuando hacen trabajos en grupo porque me quedo solo’”. Para el encargado regional, este tipo de expresiones permiten dimensionar preocupaciones que muchas veces no emergen en los espacios formales de la escuela, pero que inciden directamente en la convivencia y el bienestar.

La dinámica se realizó mediante papelógrafos dispuestos en las salas, que luego eran leídos por el otro grupo. “Es un diálogo entre estudiantes y profesores, pero está escrito. Teníamos estos papelógrafos con lo que habían escrito los estudiantes y los profesores se daban vuelta leyendo lo que habían escrito sus estudiantes; después hicimos lo mismo con ellos”, explicó.
Bienestar docente: una demanda explícita
Uno de los giros más relevantes del proceso surgió desde los propios docentes. Durante las primeras instancias, manifestaron que el foco en el bienestar estudiantil dejaba fuera una dimensión igualmente crítica: su propio bienestar laboral. “La jornada que hicimos la semana pasada estuvo dedicada a bienestar de la comunidad, ya incluido el bienestar de los profesores, que eso había sido una necesidad que ellos habían manifestado”, explicó Saldivia. Y agregó que la petición fue clara: “Esto pareciera estar centrado en el bienestar más de los estudiantes; a nosotros igual nos interesa que se preocupen de nosotros”.

A partir de esa demanda, el programa incorporó espacios de reflexión sobre reconocimiento y valoración institucional del trabajo pedagógico, entendiendo que la convivencia escolar no se sostiene si quienes enseñan no se sienten cuidados ni legitimados en su labor cotidiana. Al mismo tiempo, identificó un factor transversal: el reconocimiento. “Que la gente se sienta vista, que lo que hace es reconocido por otros y es valorado por otros. O sea, que lo que yo hago tiene un significado no sólo para mí, sino para otros”, afirmó Saldivia. Esta noción atraviesa tanto la convivencia pedagógica como la gestión escolar, y se vuelve especialmente relevante en territorios aislados.
Incertidumbre presupuestaria y continuidad del vínculo
Para Saldivia, uno de los principales aprendizajes del programa tiene que ver con la presencia universitaria en los territorios. “Para nosotros es una oportunidad de ir a los territorios, que eso es algo que yo personalmente valoro. Es positivo que en esto haya estado presente la universidad, las autoridades locales y las escuelas. Es como tener una comunidad de miradas”, concluyó.De cara a 2026, el balance positivo convive con un escenario de incertidumbre presupuestaria a nivel nacional.

“Según cómo termina la tramitación de la ley de presupuesto 2026, estamos considerando recursos para abrir un nuevo concurso, pero eso no lo pueden prometer. No es una promesa, no es como que esto sigue sí o sí”, advirtió el académico. Sin embargo, el equipo cerró el año con una noticia concreta: la adjudicación de un nuevo Centro de Liderazgo, que permitirá dar continuidad al trabajo en el territorio. “Nos ganamos uno de los centros de liderazgo, eso ya lo tenemos para el otro año y esa probablemente va a ser también una oportunidad para seguir trabajando con los liceos, o con el liceo de Puerto Williams”.

