
El Land Art —también conocido como arte de la tierra— es un movimiento artístico surgido a finales de los años 60, principalmente, en Estados Unidos y Reino Unido. Utiliza materiales naturales como tierra, hojas, piedras, ramas o agua, integrándolos al paisaje sin dañarlo.
En este espíritu, y en medio del espesor de la Reserva Forestal de Magallanes, un grupo de estudiantes de quinto año de la carrera de Pedagogía en Educación Parvularia de la Universidad de Magallanes (UMAG) llevó a cabo una experiencia académica que fue mucho más allá de una asignatura o una calificación: se trató de un encuentro profundo entre arte, naturaleza y conciencia ecológica.
La actividad, organizada en el marco de la asignatura Articulación Formativa, estuvo guiada por la docente Aracelli Parada Martínez, quien explicó que el objetivo era que las futuras educadoras reflexionaran sobre el vínculo entre su formación profesional y su responsabilidad ambiental. “Independientemente de la formación académica, siento que de parte de nosotros tiene que haber un compromiso de actualizar los conocimientos. No esperar estas modificaciones de las mallas, sino que saber la importancia de conectarse con el entorno, de sentirlo, de valorarlo”, explicó Parada.

Arte y naturaleza: una alianza pedagógica
La práctica consistió en trabajar con elementos naturales caídos —hojas, ramas, piedras— para crear obras individuales y colectivas en diálogo con el paisaje. “Trabajamos con mis compañeras un land art, utilizando los elementos que estaban a nuestra disposición, sin arrancar ni dañar la naturaleza, que esa es la idea”, relató Laura Leyva Loyola, una de las participantes.
Laura explicó que la obra colectiva buscó representar “las costillas del árbol”, aunque también surgieron otras interpretaciones como la energía y la vida. “Los árboles son vida, son energía, sienten, están vivos”, reflexionó.
Esta invitación a mirar más allá de lo inmediato fue también clave para Josefa Pizarro Turina, quien utilizó hojas amarillas para crear una pieza que evocaba al sol o a cuerpos estelares: “Primero pensé en un sol, pero después lo vi y parecía como anillos espaciales, algo cósmico”, contó. Para ella, el trabajo con arte efímero permite transmitir a los niños un concepto esencial: “Hay cosas que duran un poquito de tiempo, otras que pueden durar menos. Normalmente ellos guardan sus obras en carpetitas, pero esto les enseña que también existe un arte que puede no durar para siempre”.
Ana Almonacid Caico, en tanto, elaboró una representación de un kultrún mapuche. “Estoy expresando el kultrún, que es un símbolo muy sagrado y representa el crecer y vivir en contacto con la naturaleza”, explicó. “Yo soy mapuche, y todas mis raíces han crecido desde ahí. Esto para mí es muy simbólico, y es parte de lo que me hizo estar aquí hoy en la carrera”.
La sensibilidad para percibir los ritmos naturales fue central en otra obra colectiva, relatada por Daniela Miranda Donique. “Queríamos representar cómo la naturaleza fluye. Lo hicimos a través de lo que parece un árbol, y pusimos con ramas más pequeñas algunos copos de nieve. Era la idea de mostrar el paisaje magallánico y cómo la naturaleza fluye hacia su inicio, hacia dónde corre el río”, detalló.
“La asignatura, que es más bien artística, entrega herramientas para trabajar el arte de una manera distinta, pero vinculándolo con el cuidado del entorno”, enfatizó Aracelli Parada. “De esta manera, podemos alejarnos de las plantillas estereotipadas y fomentar verdaderamente la creatividad de los niños, enseñándoles desde el patio de la escuela, desde los hogares, que la tierra también es una maestra”.





