Autora del libro “Los niños también tienen memoria” rescata historias de la infancia en dictadura

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Lilian Pinto intentó llenar un vacío de información respecto de aquellas niñeces que no sufrieron, directamente en sus familias, las violaciones a los derechos humanos, pero también vivieron la experiencia del miedo.

Por Paula Viano Santana y Patricio Gueichatureo Cuyul

Lilian Pinto Durán es una mujer como tantas, que se mantuvo al margen de toda información relativa a las violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile durante la dictadura militar. Hasta que su hija de 15 años fue obligada a permanecer de pie durante 20 minutos, por reírse en la fila del colegio al que recién había ingresado. Lilian decidió buscar en Google ese método de castigo, y lo que encontró fue una forma de tortura, además de un cúmulo de información de distintos tormentos que afectaron directamente a una parte del país, e indirectamente a todo el resto a través del miedo.

La historia es larga hasta llegar a 2023, año en que apareció la primera edición de su libro autoeditado, financiado por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura. “Los niños tienen memoria. 11 de septiembre de 1973” fue recientemente presentado en Punta Arenas, en la Universidad de Magallanes (UMAG), con el apoyo de la Dirección de Derechos Humanos y Ciudadanía, y del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Aprovechamos la ocasión para conversar en profundidad con la autora de este texto de 276 páginas, en cuya contratapa dice “Cuando llegamos a este mundo, no existía el Mural de los Desaparecidos. Hoy gritamos desde lo más profundo de nuestro corazón… ¡Por favor, nunca más!”.

¿Cómo nació el libro “Los niños tienen memoria”?

El libro nace de un hecho muy especial que tuve con mi hija. Tenía 15 años, estábamos viviendo en Santiago, y me llamó por teléfono un día y me dijo ‘mamá, me reí en la fila, y acá en el colegio me castigaron estando de pie por 20 minutos. Ya terminó el castigo, pero me duele todo, mamá. Sácame de aquí; haz algo’. Yo vivía bien; vivía en una burbuja; no me faltaba nada. Como mamá, como apoderada, me pinté con las plumas, y fui al colegio a preguntar por qué ese tipo de castigo. Y me dijeron ‘¿sabe qué? Si no le gustan las reglas, sáquela de la escuela’. Y yo dije ‘no, porque me costó encontrar un colegio bueno para mi hija, y yo consideraba que estaba bien, pero esto no está bien’. Insistieron en que la sacara, y volví a responder ‘no, no la voy a sacar’. Y me dio rabia, entonces dije ‘esto no va a quedar así’, y llamé por teléfono a la UNICEF, y también al organismo que tenía que ver con los colegios, y me dijeron ‘nosotros no tenemos injerencia en los colegios particulares. No podemos hacer absolutamente nada, pero sí podemos recomendarle que escriba una carta al Ministerio de Educación’.

Entre tanto, mi hija me contaba que, con los niños de ese colegio, los más chiquititos, las reprimendas eran peores. Los dejaban en los pasillos con sus cotonas puestas casi encima de la cabeza, expuestos en el pasillo para que aprendieran a reflexionar. Pensé ‘esto no puede ser’. Justo en ese tiempo las redes sociales estaban recién empezando, y yo tenía un computador, así que para poder fundamentar bien la carta -tenía que elaborarla bien, porque se trataba de acusar al colegio de un abuso de poder- puse en Google ‘método de castigo estar de pie’, y me dio a quemarropa la página Memoria Viva. Así fue. Entonces yo, en mi burbuja, no tenía idea lo que iba a encontrar ahí. Empecé a leer, y yo decía ‘¡en qué país vivo yo, cómo no sé esto!’. Y ahí estaba todo detallado, nombres de personas, fechas, torturas, y más abajo decía que hubo un método de tortura estando de pie que aplicaron a los prisioneros. Los encerraban en unas cajas que medían un metro por un metro, y les ponía un cartel colgado al pecho que decía ‘no dar agua’, a otro ‘mañana sale’ y al otro creo que ‘sin comida’. Entonces, imagínate, yo no soy psicóloga ni soy periodista, entonces no tengo filtro, y me afectó demasiado.

¿Qué más pudiste encontrar navegando en Google?

A la presentación del libro asistieron sobrevivientes de la dictadura chilena.

Después puse ‘niños’ dentro de la página de memoria viva, y claro, ahí ya reventé. Me pregunté dónde estaba yo, dónde estaba el 11 de septiembre, por qué no sé todo esto, por qué nadie habla de lo que les pasó. Así que el primer acercamiento que hice fue con mi familia, quienes me rodean. Lo tiré en un almuerzo familiar, como para saber en qué estábamos, por qué yo no sabía todo esto. ‘Y ustedes, ¿dónde estaban para el ‘73? ¿Qué estaba haciendo yo, mi familia?’ Y al tiro me dijeron ‘noooo, qué sacas con preguntar si eso fue hace tanto tiempo, nosotros no tenemos ni un desaparecido, por qué preguntas, a nosotros no nos afectó’, y yo les dije ‘es que sí nos afectó’, y me respondían ‘para qué seguir con el temita’. Fue como darle un golpecito a un avispero para todas las personas que me rodeaban.

Pensé en tantear por otro lado, y me empecé a acercar a mis amistades, que también me decían ‘oye, pero tú por qué estás preguntando eso’, y yo decía ‘es que necesito redactar una carta, y me encontré con esto que yo no sabía, tenía vaga información, pero no tan detallada, y eso quiere decir que eso sí sucedió’. Y en ese proceso, una profesora me dijo ‘sabes que en Santiago hay un seminario que están llamando a los profesores para poder instalar los derechos humanos en las aulas. Yo no estoy interesada, pero tú, si quieres, anda en mi nombre, lleva la carpeta, y lo único que te pido es que me traigas el diploma’. Entonces fui, y fue la primera vez que estuve tan cerca de las personas que tenían que ver con los retornados. Fue fuerte para mí, porque era la primera vez que escuchaba tan de cerca a familias que andaban buscando a sus parientes.

¿Cómo llegaste entonces a este tema que abordas en el libro, entonces?

Bueno, me di cuenta de que ya había demasiada información sobre la infancia más sufrida, pero nosotros igual somos chilenos, o sea, yo también fui una niña chilena, y yo me quedé en Chile, pero de eso no hay información. Nadie sabe qué pasó con los que se quedaron. Nosotros, los de la vereda de enfrente no salimos en ninguna parte de la historia, y sin embargo, también fuimos niños chilenos. Y ahí empecé a conversar más que a preguntar. Fui buscando en las plazas, imaginando a las personas que tendrían que haber tenido una infancia muy parecida a la mía, y me contaban ‘yo estaba aquí’, ‘yo estaba allá’, y me encontré con una inocencia tremenda, porque todo les salía de forma espontánea, como niños, porque no hablaban con la lógica, hablaban con la emoción. Y era increíble porque, cuando tú entras, inmediatamente sale el niño, y decían, por ejemplo, ‘sabes que yo pensé que se había adelantado el 18 de septiembre, porque estaban todos embanderados’. Otro me decía ‘sabes que yo vi los tanques, y pensé que iban a filmar una película’.

¿De qué año son estas conversaciones?

Yo las tuve hace 10 años, porque escribí este libro para los 40 años del golpe. Tenía todo esto preparado para los 40 años, pero me enfermé de cáncer y me dijeron ‘Lili, para todo. Los niños tendrán que salir cuando ellos quieran salir. Los niños nacen cuando quieren; calma. Así que tuve que dejar todo estacionado, y recuperarme. Y claro, me tranquilicé pensando ‘bueno, son niños; los niños eligen dónde y cuándo nacen’, y ahí me bajó la ansiedad, porque yo estaba más preocupada del libro.

¿Cómo desarrollaste la escritura?

El INDH también apoyó la publicación del libro.

Empecé a escribir, y me fue bien. He estado como finalista en algunos concursos, y entré a talleres de escritura, con varios escritores, y me dijeron ‘Lili. ¿por qué no lo postulas al Fondart? Lo postulé, y lo gané como investigación, así que me pasaron grabadora y todo, y ahí con mayor razón empecé a preguntar. Pensé ‘esto tiene que ser transversal, para que lo lean todos’. Y fue difícil, porque yo creo que, a estas alturas, todavía estamos divididos; demasiado. Entonces claro, yo dije ‘ésta fue mi infancia’, y anoté en uno de los capítulos Mi propio golpe, para relatar mi propia infancia. Mi papá era sindicalista, mi mamá era del partido nacional, entonces dije ‘ya, ¿cómo lo vivieron los niños del norte? Y puse en Facebook ‘Dónde estabas tú el 11 de septiembre del 73’. Y fue como una bola de nieve. Después del sur -de Punta Arenas tengo dos testimonios igual- de la zona centro, la zona rural.

¿Qué es lo que buscabas tan afanosamente?

Me pregunté qué es lo que busco. Y descubrí que una se busca a una misma. Es como decir ‘aquí estamos, pero nadie nos preguntó’. Igual vivimos 17 años de dictadura. Fueron 17. No solamente fue el 11 de septiembre; fueron 17 años, donde hay otro tipo de costumbres, otro tipo de colegios, los rectores pasaron a ser militares, o sea, ¿me entiendes? Hubo un cambio tremendo, y nosotros igual lo vivimos, pero nosotros no estamos en la historia.

¿Te costó llegar a las historias de los diferentes sectores políticos?

Pensé que me iba a costar llegar a los hijos de izquierda, porque ellos son bien de familia, y lo hice. Igual me dieron su testimonio, y me enteré de los niños que los padres dejaron en Cuba, y volvieron a Chile para combatir. Sabes que todos esos testimonios dicen ‘lo único que nos une, es que crecimos solos, y aun ahora que estamos grandes, que somos padre, madre, no haríamos lo que hicieron nuestros padres, porque a esta altura no sabemos si sirvió o no’. Entonces, eso igual es fuerte, porque es parte de la izquierda revolucionaria. Pero autorizaron a publicar, y también salen en el libro.

Después dije ‘me falta el otro lado, los de derecha, que cuesta un montón. Pero como yo soy de Valparaíso, una ciudad uniformada, entonces ahí tuve testimonios también, y me dijeron ‘pero sin nombre’. Entonces, claro, tengo testimonios de hijos que dicen que no lo pasaron tan bien, tampoco. Pregunté por qué y me dijeron, para resumirte, ‘cuando nosotras entramos a la universidad, recién nos enteramos que había detenidos desaparecidos, y resulta que era tanto el miedo que teníamos porque alguien nos dijera oye, y tu papá ¿dónde trabaja? ¿Qué hace tu papá?’. Porque eran hijos de militares, de marinos en este caso, entonces dicen que en las universidades no podían invitar a sus amigos a sus casas, para que no se enteraran. Y cuando les preguntaban, respondían ‘mi padre es empleado público’, para poder evitar el cuestionamiento. Entonces, fue una infancia terrible, muy muy muy fuerte. Por eso te digo, eso no estaba escrito.

¿Cuál es tu intención final con esta creación?

Yo creo que la intención que tiene este libro es salir de la burbuja, lamentablemente. Yo no pedí estar en una burbuja. Necesito que este libro sirva para que cada uno salga de la burbuja. Podemos ser empáticos, que nos importe lo que le pasa al otro, aunque sea conversando. No podemos estar tan polarizados. Ése es un trabajo que yo ya hice, y escribí un libro. Pero creo que todos deberíamos hacer algo, y ése es el mensaje. A mí me llegaron mensajes del otro lado del mundo; fue muy emocionante para mí, muy emocionante, porque todos querían estar en el libro. Entonces, es como una infancia invisibilizada de los niños que sí quedamos. Fui hace 10 años a las bibliotecas, y fue un tremendo golpe igual porque cuando preguntaba ‘¿Hay algún libro de los niños del ‘73?’, me respondían ‘no, no hay nada. Sólo hay una biografía de la niña Tohá y de Marco Enríquez Ominami’, pero el resto de los niños no estamos, no más. Nadie nos ve.

En la presentación también se realizó un conversatorio en torno a los DD.HH.