Dra. Tamara Contador Mejías | Investigadora Asociada (UMAG) Coordinadora de Investigación Parque Etnobotánico Omora
El conflicto de la expansión de salmonicultura en la Región de Magallanes y, en específico, en la Reserva de Biosfera de Cabo de Hornos, refleja la tensión sobre la definición del modelo de desarrollo que Magallanes quiere para los próximos 50 años, cambio global mediante.
No es causal que Chile se ubique en el 9° lugar de conflictividad ambiental entre 76 países, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo 2017. En dicho informe, se aportan datos relevantes sobre los riesgos socio-ambientales que enfrenta nuestro país, pues presenta 7 de las 9 condiciones de vulnerabilidad señaladas por la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático. 21,7% de nuestro territorio se encuentra desertificado; 79,1% corre riesgo de degradarse; casi 13 millones de personas pueden sufrir las consecuencias de desertificación, y el 49,6% de los ecosistemas terrestres nacionales está amenazado.
Como investigadores, tenemos la responsabilidad social de aportar información y criterios para promover un debate serio, simétrico y respetuoso, a pesar de los exabruptos y descalificaciones de algunos actores, por impulsar un diálogo democrático e informado.
En el caso de la Reserva de Biosfera Cabo de Hornos hemos publicado antecedentes científicos sobre sus singularidades, que la han posicionado como un sitio importante para conservación biocultural a nivel internacional. Lo repetimos una y otra vez: es una de las últimas 24 áreas prístinas del planeta, con las aguas lluvia más limpias del planeta y una biodiversidad única con altos niveles de endemismo. El 60% de los musgos y hepáticas, el 90% de las especies leñosas y el 50% de los peces, son nativos. Aquí se encuentran los campos de hielo más australes de América antes de la Antártica, reservorios de agua dulce y vitales para el monitoreo del cambio climático, todo coexistiendo con un mosaico de culturas; colonos, funcionarios públicos, familia naval, chilotes, huilliches y, en particular, el Pueblo Yagán, sobreviviente de un proceso de homogenización y de exclusión cultural, territorial y política.
A partir de estas singularidad descritas durante 20 años de investigación socio ecológica, podemos afirmar que la industria de la salmonicultura debe ser excluida de las áreas protegidas y sus aguas circundantes, así como también de los sitios prioritarios para la conservación, lo que incluye los territorios ancestrales yagán y káwesqar. Desde la ética ambiental, reconocemos además los saberes y conocimientos de estos pueblos canoeros que alcanzaron el Cabo de Hornos, con reivindicaciones y derechos amparados por nuestro marco legal y por los Tratados Internacionales que Chile ha suscrito y ratificado.
En este contexto, nacional y global, nuestro patrimonio ambiental y ancestral constituye una joya que tenemos la responsabilidad de cuidar. Tal como Noruega protege sus fiordos declarados Patrimonio de la Humanidad, tenemos el derecho de exigir que las empresas respeten nuestra diversidad biológica y cultural. Es de sentido común; un acto de soberanía mínima que pasa por resguardar nuestros recursos a largo plazo, una actitud natural de previsión y cuidado que tiene cualquier madre o padre respecto de su familia.
Seguiremos aportando antecedentes de cómo la homogenización es una de las principales amenazas al bienestar humano y de la pérdida de biodiversidad. Describiremos, sistemáticamente, las singularidades socioecológicas de la Región para promover actividades responsables, sostenibles y equitativas, porque nuestra visión ética nos indica que el patrimonio biológico y cultural de Magallanes y Antártica Chilena es un bien público que nadie tiene derecho a comprometer.