Dr. Osvaldo Vidal | Investigador Instituto de la Patagonia
El Programa Medioambiental de las Naciones Unidas propuso en 1990 al Parque Nacional “Torres del Paine”, como integrante de su Red Global de Monitoreo Ambiental. La postal de Chile por antonomasia, fue seleccionada junto al “Noatak National Preserve” (Alaska) y el “Wind River Range” (Wyoming) para un programa prototipo de “observatorios de la biosfera”. Debido a su carácter prístino, dichos observatorios conformaron la referencia mundial para evaluar problemas ambientales como la lluvia ácida, la disminución del ozono atmosférico y el calentamiento global. Por aquel entonces, y con cerca de 8.000 visitas al año, el turismo era incipiente, y la infraestructura en el área, a lo mucho, precaria. Sin embargo, el turismo aumentó en forma progresiva; la infraestructura creció, abrumadoramente, y los atributos ambientales de pureza que caracterizaron antaño a nuestra “octava maravilla del mundo”, han entrado en una seria crisis.
Hoy por hoy son más de 210.000 turistas los que ingresan al parque, y el “checklist” concomitante de problemas es innumerable: incendios, capacidad de carga colapsada, contaminación (visual, del aire, del suelo y del agua), accidentes vehiculares, grafitis, erosión de senderos, congestión en senderos, invasiones biológicas, pérdida de especies carismáticas, presencia de animales baguales y los recientes problemas sanitarios; cuasi-epidemias que afectaron a cientos de turistas hacinados en campings, con diarreas, vómitos y náuseas a granel. Para el infortunio turístico, la experiencia de “vivir Torres del Paine” es muy distinta hoy que ayer, y casi nunca está exenta de molestias.
Frente a la crisis, los administradores públicos y privados han implementado importantes medidas, como helicópteros para rescate de visitantes y combate del fuego, expulsión efectiva de turistas negligentes, sistemas de reserva en campamentos remotos, reforestaciones masivas y monitoreo ambiental, entre otras. Sin embargo, no es suficiente. Mientras el número de turistas siga aumentando, estacionalmente, y la infraestructura, información, normas, servicios y recursos no contengan, en forma adecuada, la demanda, año tras año se irán intensificando estos problemas.
Tal vez convendría dar un paso atrás; escuchar la voz de la ciencia ecológica, y retomar con seriedad el sentido inicial que permitió que este parque fuese una referencia mundial de pureza y pristinidad. Porque el objetivo de conservar la biodiversidad de “la gema de la Patagonia”, ha quedado disminuido frente a la promoción e incentivo del turismo masivo. Y como puede que esta mercantilización del parque represente el fin de la maravillosa experiencia que fue “vivir Torres del Paine”, la solución depende de muchos entes, y pasa, necesariamente, por el endurecimiento en sus políticas de uso. Aunque a casi nadie le guste la idea.